SEGUNDA PARTE
“…Porque vivimos a golpes,
porque apenas si nos dejan,
decir que somos quien somos,
nuestros cantares no pueden ser sin pecado,
un adorno.
Estamos tocando el fondo...”
Gabriel Celaya,
La poesía es un arma cargada de futuro.
Decíamos en la primera parte de este comentario que, si la forma de entender la democracia de algunos y algunas consiste en la imposición de las mayorías a las minorías, entonces, avisadas están desde quienes tienen una preferencia sexual, religiosa o política, hasta quienes padecen algún tipo de discapacidad mental o física, pasando por quienes tienen un color de piel distinto, que sus intereses o necesidades pueden ser perfectamente no tomadas en cuenta para nada, por cualquier ganador en contiendas electorales, aduciendo que en un hipotético referéndum o elección popular sobre cualquier tema que afecte a esas minorías, la mayoría se pronunció, siempre en el campo de los hipotéticos, verbigracia, en contra de los y las protestantes o de la comunidad gay.
Ya no estamos entonces en presencia de una deformación en la visión de
No se entiende de otra manera, cuando se habla de “votos mayoritarios”, “ganancias electorales” o cualquier triunfo a partir del recuento de votos en las urnas; menos se puede entender tan deformada visión de la democracia, cuando los triunfos electorales o refrendatarios, son por escaso margen. No se reduce la expresión popular, como lo cree el Tribunal Electoral de nuestro país, al simple contar, sumar y restar de votos o a declarar ganador a alguien o algo.
Si las cosas fueran tan simples, entonces no deberían existir Asamblea Legislativa ni partidos políticos, pues todo se reduce a convocar a elecciones y ver quien gana el partido, en una suerte de mejenga futbolera en la cual el que mete un gol gana, sin discusión, sin análisis, sin diálogo, sin negociación que valga.
El reduccionismo de la declaratoria de victorias amplias o pírricas para imponer leyes o reglamentos que afectan a toda la sociedad, es ni más ni menos que un fascismo vestido con el ropaje ajeno de la democracia; usa el temor y la represalia para imponerse, primero con leyes y luego con sanciones y se mete en la sociedad, justificándose precisamente en la obtención de triunfos electorales, sin importar el cómo se obtuvieron tales triunfos, validados por tribunales electorales timoratos, mediocres o complacientes, o quienes desde un sector de la prensa, olvidan que su obligación primordial es informar hechos a la ciudadanía y no tomar partido descarada y cínicamente por una posición, mientras hablan de equidad o equilibrio informativo, excepción hecha de quienes emiten opinión personal en columnas concebidas para eso.
No pretenden estos artículos moralizar sobre el acontecer nacional; pretenden lo que expresan –ni más ni menos-- exponer preocupaciones y discrepancias sobre el acontecer nacional, con la visión de mundo de algunos y algunas, que disfrazan sus intenciones, hablando de democracia como un todo, pero reduciéndola a la votación del tema de turno que corresponda, según el calendario electoral.
Sería incorrecto –a quien no gusta de las generalizaciones—generalizar por medio de éste escrito: así como no es creíble que todo aquél o aquella que votó afirmativamente por el TLC es un vendido o un corrupto, tampoco se debe caer en la torpeza, de creer que aquél o aquella que votaron en contra del TLC sean radicales trasnochados o que no creen en el sistema que nos rige; tal estupidez –ya no reduccionismo—caé por su propio peso, pues de ser así, no se habría acudido a las urnas a votar, ni se habrían expresado –con las muchas limitaciones para un grupo y el ilimitado presupuesto para el otro—las opiniones que se dijeron de cada lado.
Pero peor sería creer que al obtener una victoria electoral en el referéndum, se dio una concesión –palabra tan de moda por estos días—sin límite a quienes obtuvieron mayoría en las urnas para aprobar y hacer lo que les da la gana cuando les de la gana, porque les da la gana. Ignorar a quienes se oponen a la visión de mundo de Arias y compañía, en nombre de triunfos electorales, sería entonces cerrar la puerta al diálogo honesto, a la discusión, al análisis, para que las libertades inherentes a
Porque no se puede entender que quienes hablan de expresión democrática, sean los que acusan un día sí y otro también, a todos y todas aquellas que se expresen en contra de su dictado; negar la disidencia es negar que una sociedad no es homogénea sino heterogénea, es decir, compuesta de muchas formas distintas de pensar y sentir y eso, si lo podemos simplificar en una palabra: totalitarismo.
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